“Cuando dejé la guerrilla, me internaron en una institución en una ciudad a tres horas de mi pueblo. Allí vivían más de 100 chicas, con seis o siete durmiendo en cada habitación y sólo 3 baños para todas. La gente que dirigía la institución era muy estricta. Teníamos que levantarnos a las 3 de la mañana para limpiar todo el lugar y ni siquiera nos dejaban acercarnos a las ventanas porque pensaban que nos escaparíamos.
Un día, cogí un avión a Bogotá con una persona que trabaja en Servicios Sociales de Colombia. Me explicaron que venía para formar parte del proyecto de CRAN y vivir con una familia de acogida que quería hacerse cargo de mí. Al principio, me resultó muy difícil y tuve muchas discusiones con mi familia de acogida. Me sentía enfadada, rebelde y quería vengarme del mundo por tratarme tan mal.
Desde que empecé en CRAN, me he adaptado y he conseguido muchas cosas. Incluso empecé el instituto y me gradué hace tres meses. Mi familia de acogida me cuida siempre que estoy enferma, triste o enfadada. Ahora tengo mucha más confianza en mí misma porque siento que tengo un fuerte vínculo con mi familia, que me trata con amor y respeto. Antes sentía que no era nadie. Ahora, mi madre de acogida me dice a menudo que está orgullosa de mí.
También me gustan los talleres del CRAN, donde conozco a otros niños que están en el mismo programa y salgo de excursión.
Mi sueño es estudiar hostelería y turismo para ser empresaria y tener mi propia cadena hotelera. Estoy a punto de empezar a estudiar un aprendizaje de servicios en restaurantes, un gran paso hacia este sueño.
Durante mi primer año en el CRAN, pensé a menudo en escaparme. Me alegro de no haberlo hecho, ya que no estaría aquí, no estaría en el programa de CRAN y no habría podido compartir mi historia”.
